El Cuervo De La Viuda Fols
—¿Dave dónde estás? —Preguntó Allison
mientras recorría los pasillos oscuros del segundo piso de la mansión—. No te
hagas el gracioso y responde.
Dave y Allison habían decidido visitar la
mansión de Blanca Fols. Debían grabar el recorrido con una cámara para poder
dar testimonio de haber visitado la casa. Era una apuesta y no querían
perderla, pero Allison estaba cada vez más arrepentida de haberla aceptado. A
cada paso que daba, la duela del piso generaba un rechinido escalofriante. Su
respiración se hacía cada vez más profunda y su piel se erizaba tanto por el
frío de aquel edificio como por el miedo que empezaba a invadirla.
En 1946 la
viuda Blanca Fols fue detenida por la policía tras varias quejas de sus
vecinos.
Vivía en las
afueras. Sus vecinos se encontraban varios kilómetros de distancia pero al
pasar por la mansión un olor desagradable y nauseabundo les causaba un gran malestar.
Cada día se volvía más desagradable, así que se quejaron con las autoridades
del pueblo.
—Dave no es gracioso, sal ya de dónde estés
—reclamó mientras alumbraba con la linterna de su teléfono móvil en todas
direcciones. Exhausta se apoyó sobre una pared. Deslizó el pulgar sobre la
pantalla para desbloquear el aparato. De fondo estaba una foto de su novio y
ella. La miró por varios minutos para tranquilizarse. Y de pronto escuchó un
ruido en la habitación adyacente a la pared a la cual estaba apoyada.
Los policías
llegaron ese mismo día debido a la insistencia de los campesinos. No querían
meterse ideas en la cabeza, pero algo extraño estaba sucediendo en la casa de
la viuda Fols, algo fuera de lo común, algo malo.
La señora Fols
había sido una vecina muy atenta, generosa y amable pero desde que falleció su
esposo, su comportamiento se fue deteriorando. Los primeros meses dejó de
saludar a la gente que transitaba cerca de su casa e incluso a sus conocidos.
Luego dejó de salir como lo hacía antes, solo lo hacía para comprar en el
mercado los días sábados ya que había despedido a su sirvienta. Pero desde hace
2 meses no había salido de la mansión.
El ruido se hizo más notorio, parecía ser
alguien o algo rallando las duelas con algún objeto filoso. Tal vez Dave le
estaba jugando una broma. Tenía miedo pero quería salir lo más pronto posible
de aquel lugar, así que se armó de valor y entró a la habitación.
—¡Ay! —Chilló de repente en un tono muy
agudo. Había sido una rata la causante del ruido—. Dios que asquerosidad, como
odio este lugar. ¡Maldita sea Dave, sal de una vez!, ya quiero irme.
No hubo respuesta.
Eran las 6:10
pm, el atardecer estaba llegando a su final. John Thompson era el Sheriff del
pueblo. Era un hombre de 63 años. Su familia, vecinos y colegas le habían dicho
que era buen momento para que se retirara. Tal vez de manera inconsciente todas
aquellas personas querían advertirle sobre lo que ese día iba a encontrar.
Ese día había
algo inusual en la mansión. Era el olor, por supuesto que sí. Pero dejándolo a
un lado, algo más le parecía extraño. Habían desaparecido los cuervos. Desde
que fue construida, la mansión había permanecido poblada por una gran familia
de cuervos. Como centinelas solían posarse sobre la verja, las canaletas, el
tejado y sobre la larga chimenea. Ahora
ni uno solo se encontraba vigilante.
Los vecinos y
el Sheriff saltaron la verja al no encontrar respuesta a varios llamados que
hacían a la Señora Fols. Tras cruzar el vasto y descuidado jardín tocaron la
puerta principal. Al tercer llamado la gran estructura de roble y clavos de
acero se abrió lentamente acompañada de un espeso, sofocante y mefítico olor.
—¿Pasa algo
Sheriff? —preguntó la dueña de la casa como si estuviera ajena a la realidad. Como
si el olor no le afectara en lo más mínimo.
Thompson entró
explicando a la Sra. Fols que las quejas de los vecinos fue la razón por la que
la había visitado de manera tan repentina. De pronto su rostro fruncido como si
estuviera chupando un limón se relajó. Su mano derecha, que cubria parcialmente
la boca y las fosas nasales para percibir lo menos posible el hedor, cayó como
si se desmayara en cámara lenta, dejando al descubierto un rostro con expresión
de sorpresa e incertidumbre. No daba crédito a lo que estaba presenciando. Eran
cuerpos, cuerpos de niños.
—Allison —llamó una voz a las espaldas de
la muchacha. Allison se asustó por un instante, pero en un segundo aquel
sentimiento la abandonó, ya que aquella voz provenía de su amigo Dave.
Dave era un chico extremadamente alto para
sus 15 años. Medía un metro noventa de estatura. Estatura a la que sacó
provecho uniéndose al equipo de baloncesto de la secundaria.
—Qué diablos te pasa. Casi me da un
infarto, no vuelvas hacer eso. —replicó Allison llevándose una mano al pecho.
—Lo siento Ally pero está muy oscuro.
Tropecé y me di un golpe en la cabeza. No pensé que sería tan tarde. Apenas
puedo oirte, tu voz me trajo hacía ti. No logro ver nada en esta maldita
mansión.
¿Tan tarde? se preguntó Allison. Miró su
celular y eran las 6:10 pm. Habían entrado hace solo unos 15 minutos. La
mansión era inmensa y sus enormes ventanales desprovistos de cortinas permitían
que a esas horas una tenue luz anaranjada alumbrara cada rincón. No era tan
clara pero se podía adivinar que objeto se encontraba a una distancia de 10 metros.
Un momento pero si mi linterna está encendida, se dijo así misma. ¿Qué sucede aquí?
La curiosidad
de los campesinos les llevó a acompañar al Sheriff a lo que fuera que estuviera
observando. Era algo horrible, repugnante, grotesco, algo demasiado desquiciado.
Nunca antes en toda su vida como Sheriff se había tropezado con algo como esto.
Los había enjaulado. Había enjaulado a cada uno de los cuervos. Ahora sabía por
qué no lo habían recibido con sus estruendosos aleteos y chirridos al cruzar la
verja. No importaba por qué los había metido en esas prisiones de metal. La
gran pregunta era, por qué los estaba alimentando con niños. Cabezas, miembros
y pedazos de vísceras pendían de unos cables de luz que formaban un tendedero.
Las moscas arropaban los pedazos de carne casi por completo. Tras esa cortina
negra de insectos se encontraban cabezas, ojos, dedos, genitales. Qué clase de locura era esta. ¿De dónde los
había sacado? se preguntó John tratando de encontrarle un significado al
horrible espectáculo que estaba presenciando.
Dave y Allison habían escuchado esa
historia. La gente joven del pueblo decían que se trataba de una leyenda
urbana. Algo inventado por los adultos para meter miedo a los niños para que no
se alejaran de casa y se perdieran por las afueras. Si hubiese pasado eso la
mansión habría sido demolida pensaron ellos, pensaron todos. Pero tal vez hoy
cambiarían de idea. Hoy sabrían la verdad o por lo menos que algo oscuro se
encontraba en esa casa.
—Dave mi celular esta con la linterna
encendida—. Informó Allison mientras alumbraba por encima del ombligo a su
amigo.
De repente observó algo extraño y
retrocedió un paso a una velocidad imposible. La camiseta blanca de Dave estaba
manchada por líneas chorreantes de color rojo oscuro. No me vas a asustar Dave, se dijo. Guió hacía arriba lentamente la
luz, siguiendo el chorro, buscando su origen. Ya no quería más bromas, estaba
cansada y muy asustada. Cuando la luz llegó al rostro de Dave su corazón se
aceleró de manera descomunal, su cuerpo se adormeció y sus manos empezaron a
temblar como las de un alcohólico abstemio. El origen del chorro eran sus
órbitas. Sus órbitas estaban huecas, llenas de sangre y grumos. Sus ojos, sus
ojos ya no estaban. Alguien o algo se los había arrancado.
Thompson se
dejó llevar por el movimiento sincronizado y automático de sus piernas, se
acercó a una jaula y observó algo inquieto a los domesticados cuervos. A su
cabeza le llegó en rafaga decenas de rostros, retratos, fotografías. Nombres de
cada uno de los niños desaparecidos, todos casos sin resolver. No hacía falta
ser muy inteligente para deducir que aquellos desaparecidos habían terminado
como aperitivo para aquellas aves carroñeras.
—¿Se-señora
Fols qué s-si-significa esto? —preguntó el Sheriff haciendo un gran esfuerzo
para articular cada palabra—. Usted fue quien asesinó a todos esos niños.
La viuda se
acercó al Sheriff. Sus ojos que exploraban la nada de pronto se desviaron hacia
un ventanal, el único lugar que permitía que la luz del sol alumbrara
tenuemente aquel cementerio de niños. Cementerio en el cual en lugar de
enterrar los cuerpos, éstos se colgaban. Donde no había ni hubo familiares
despidiéndose de los que los dejó. Cuerpos que no fueron embalsamados, sino
desmembrados y servidos a aquellos animales que traian mala fortuna.
—No fui yo Sheriff
—pronunció sin sentimiento alguno la Señora Fols— Yo no lo hice.
Entonces
Thompson dirigió su cabeza hacía aquel ventanal y con mucho esfuerzo enfocó su
mirada hacia el negro y pequeño responsable al cual la señora Fols había
delatado.
No es
gracioso. Si querias asustarme, pues felicidades lo conseguiste. Por favor solo
empieza a reir, quitate el maquillaje del rostro y déjame ver que tus ojos
siguen ahí. Todo eso quería decirle a su amigo, pero en aquella situación solo
podía hacerlo para sus adentros. Retrocedió un par de pasos torpes y de pronto
fue frenada por la misma pared a la que se apoyó anteriormente. Con la espalda
contra la pared sus débiles piernas se rindieron y la dejaron caer suavemente
hasta sentarla en el frío entablado. El celular aprisionado por ambas manos
seguía enfocando el estremecedor rostro de su amigo. Sin tener control sobre su
cuerpo, éste se manejó sólo para llevar la luz del aparato sobre el hombro
izquierdo de Dave. En él se había apoyado un animal oscuro, con pico curvo y
ojos rojos inyectados en sangre que no reflejaban el brillo de la luz. Por
alguna misteriosa razón su presencia controlaba el cuerpo del muchacho,
dejándolo inmóvil e incapaz de comunicarse. Sus alas se abrieron desencadenando
una pequeña brisa. Entonces el aire se volvió denso, la gravedad se multiplicó
y la mansión empezó a encogerse hacia las tres figuras.
—¿Quién eres? —pregunto Allison, sabía que aquello
apoyado sobre su petrificado amigo no se trataba de un animal. El par de rubís
sin reflejo de alguna manera decían: te estaba esperando Ally.
Entonces el animal abrió con gran tenacidad
sus grandes articulaciones emplumadas y se abalanzó sobre Allison. La chica
gritó con todas sus fuerzas. Pero fue inútil. La gran densidad del ambiente no
dejaba que el sonido se propagara más alla de la mansión, más allá de una
mansión de apenas tres metros cuadrados. Una mansión en miniatura, o más bien
una jaula gigante.
Allison
Thompson y Dave Hols, ambos de 15 años de edad, desaparecieron sin dejar rastro
alguno, el 6 de Diciembre de 2016. Hoy se cumple un año de lo acontecido y sus
familiares junto al cuerpo de policía siguen investigando la misteriosa
desaparición.
—Darx
Duvald.
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